(Desde Juliaca, Puno. A “tres grados” dicen los expertos, “con friectito” dicen los puneños)
Estoy en un lugar donde hasta las lágrimas se congelan. No me gusta que mis lagrimes se congelen. Me gusta que se evaporen.
Este clima no es mi clima. No puedo escribir bien con los guantes puestos, pero si me los quito se me congelan las manos. Mis labios tienen sabor a mantequilla de cacao con colorete, es la única forma de evitar que se quemen con el frio.
Mis climas son otros, mis lugares otros. La aparición del sol activa algo en mí que no sé describir. Mi habitual frigidez desaparece. Me deseo a mi misma, pero de forma tranquila, sabiendo que me tengo todos los días y que puedo poseerme en cualquier momento. Mi cuerpo despide olores que atesoro pero que puedo liberar también a voluntad para que otros gocen. Mis ojos brillan como brilla mi interior. Vuelvo al punto exacto en el que comienza la adolescencia y en el que estoy enamorada de todos y todas. En días (y lugares) de sol, con olor a maracuyá y sombras marcadas, puedo identificar dónde queda el verdadero centro de mi cuerpo.
Los veranos de la niñez eran aun mejores. Solo existían los colores primarios y las figuras geométricas eran solo cuatro. El azul inundaba mis ojos y hacía que me perdiera en un sueño maravilloso mientras que en la realidad sonaba la corneta del heladero que me despertaba del sueño y prometía poner todos los sabores del mundo en mi boca.
En aquellos años, el verano era tiempo infinito (valga la redundancia), el calor era sinónimo de alegría, el sol llegaba a todos los rincones de mi casa por invitación mía. Las heridas en las rodillas y los tobillos morados dolían solo instantes y rápidamente se convertían en tentadoras costras.
Aquí en cambio, hoy, décadas después, mi cuerpo es de hielo y trato de buscar el calor en las cosas. Hoy en el almuerzo y comiendo sola frente al hotel, me sorprendí tratando de encontrar la belleza en una jarra de chicha. El malestar causado por el frío me quitó el apetito y solo me provocaba echarme a flotar sobre la crema de champiñones que estaba muy espesa y caliente. El frio me obligó a volver al hotel.
sábado, julio 22, 2006
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