domingo, diciembre 21, 2008

Un gato saca a otro gato (o perro, da igual)


Rita esta cada vez más cerca. Me mira fijamente mientras veo televisión, mientras como, mientras limpio. Se mete a mi cama y yo la dejo subir, aunque muchas veces no siento nada. Me da igual si esta arriba o esta abajo. Hay momentos en que la veo mirándome y siento amor por ella, y la cargo y la beso y no me importa llenarme de pelos. No estoy segura de que Rita me quiera y tampoco estoy segura de que Julieta me haya querido alguna vez. Me he vuelto desconfiada de mis afectos y del de los otros. Me estoy volviendo gato.

Es que fue demasiado pronto, demasiado rápido. Un día vivía con Julieta y al otro estaba llevando en mi bolsa de yute algunas mudas de ropa y despidiéndome sin que ella entendiera nada. Y allá se quedo la perra con la que dormía todas las noches.

Y después de algunos meses pasó igual. Yo ya me había olvidado de ella y un día estaba en ese inmenso vacío de la casa Usher, resignada al color blanco y a los espacios vacíos, cuando tocó cambiar de lugar. Me vine para acá, donde todo es tan diferente, tan lleno de color, de cosas, de ecos de gente buena. La casa hasta vino con un ser vivo para querer. Sin embargo, nada de lo que aquí hay me pertenece. Cada cosa bien puesta es ajena a mí. Tal vez por eso es tan bonito todo. Y bueno, Rita es parte de todas esas cosas bonitas que no me pertenecen.

Decía yo que no estoy segura de si quiero a Rita porque creo que es Julieta, o si nunca quise a ninguna. Tal vez me quería a mi misma queriendo algo que respirara. Con Julieta todo se acabo de pronto y sin tiempo para hacer la reseteada respectiva. Ese cariño que le tengo sigue ahí, como congelado por falta de uso.

(Para decir la verdad, Rita es mucho más bonita. Es elegante, el pelo le brilla. Pero Rita no es mía y todos sabemos lo feo que es querer algo que no nos pertenece).

....

Me he acordado que una vez me sentí el gato de alguien. Fue cuando el X me trajo un pedazo de pizza una noche allá en la casa Usher. Yo estuve todo el día sola y tenia hambre y estaba en la casa vacía lamiéndome las patas cuando llego el dueño, me dio dos palmadas en la cabeza (que tal vez fue una caricia), me dejo un pedazo de pizza, y se metió a su cuarto diciendo algo en el idioma del humano solitario. Me alegró el estómago pero dejo mi espíritu gatuno intacto. Miau.

Sin embargo, tengo más experiencia habiendo sido el perro de alguien. No quiero hablar de eso, aunque esa la verdadera razón de este post.